Color: Verde
Santoral
Santo Domingo de Guzman, Fundador
Introducción a la celebración
Hermanos y hermanas: Dios ha querido hacernos partícipes y constructores de su Reino. Ello reclama una actitud despierta, atenta, en tensión hacia el objetivo que se nos ha confiado. En este 19º domingo Durante el año, Jesús nos inculca confianza y nos previene contra un obstáculo muy serio: la codicia... porque donde está nuestro tesoro, allí también estará nuestro corazón. Nos ponemos de pie. Recibimos al padre que, en nombre de Cristo, presidirá nuestra eucaristía y, uniendo nuestros corazones y voces, cantamos.
Saludo inicial
Hermanos: El domingo pasado, Jesús nos decía: “Cuídense de toda avaricia”. Hoy nos invita al desprendimiento, a dar limosna, a acumular un tesoro inagotable en el cielo. Para ello necesitamos estar alertas, tener una actitud vigilante que sólo la fe puede sostener.
El amor y la paz de Dios Padre,
que quiso darnos el Reino
como el mayor tesoro,
estén con todos ustedes.
Acto penitencial
Los ojos del Señor están fijos sobre los que esperan en su misericordia. Con esta confianza, examinemos qué hicimos de nuestra vida desde nuestra última misa.
– Tú solo eres Santo. Cuando la fe no gobierna nuestra vida.
Señor, ten piedad.
– Tú nos diste una vida nueva. Cuando no compartimos nuestros bienes con generosidad.
Cristo, ten piedad.
– Tú nos amaste hasta el extremo. Cuando no estamos vigilantes y cedemos a la codicia.
Señor, ten piedad.
Gloria
Vamos a alabar, a bendecir, adorar, a glorificar, a dar gracias. Digamos con fervor: Gloria...
Liturgia de la Palabra
Primera lectura (Sab 18, 5-9): En agradecimiento por su liberación, los justos de Israel decidieron compartir sus bienes.
para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban.
Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables,
pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada:
que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.
Salmo (Sal 32,1. 12. 18-20. 22): El salmo aclama al Señor por la providencia con que sustenta a quienes esperan en él. Participamos de esta oración aclamando: ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. R.
Segunda lectura (Heb 11, 1-2. 8-19; o más breve: Heb 11, 1-2. 8-12): La fe sostiene nuestra entrega a la Palabra de Dios y nos hace dignos de aprobación.
Por su fe, son recordados los antiguos.
Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa-, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.
Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos- como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido lo prometido; pero viéndolo y saludándolo de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia."
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para hacer resucitar muertos.
Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.
Evangelio (Lc 12, 32-48; o más breve: Lc 12, 35-40): El discípulo de Jesús espera la llegada de su Reino con gran vigilancia, cuidándose especialmente de la codicia de los bienes materiales.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre."
Pedro le preguntó: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?"
El Señor le respondió: "¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá."
El Evangelio nos invita a desapegarnos de los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a cumplir fielmente nuestro deber tendiendo siempre hacia lo alto. El creyente permanece despierto y vigilante a fin de estar preparado para acoger a Jesús cuando venga en su gloria. Con ejemplos tomados de la vida diaria, el Señor exhorta a sus discípulos, es decir, a nosotros, a vivir con esta disposición interior, como los criados de la parábola, que esperan la vuelta de su señor. "Dichosos los criados —dice— a quienes el Señor, al llegar, encuentre en vela" (Lc 12, 37). Por tanto, debemos velar, orando y haciendo el bien.
Es verdad, en la tierra todos estamos de paso, como oportunamente nos lo recuerda la segunda lectura de la liturgia de hoy, tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Abraham, vestido de peregrino, como un nómada que vive en una tienda y habita en una región extranjera. Lo guía la fe. "Por fe —escribe el autor sagrado— obedeció Abraham a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8). En efecto, su verdadera meta era "la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Hb 11, 10). La ciudad a la que se alude no está en este mundo, sino que es la Jerusalén celestial, el paraíso. Era muy consciente de ello la comunidad cristiana primitiva, que se consideraba "forastera" en la tierra y llamaba a sus núcleos residentes en las ciudades "parroquias", que significa precisamente colonias de extranjeros (cf. 1 P 2, 11). De este modo, los primeros cristianos expresaban la característica más importante de la Iglesia, que es precisamente la tensión hacia el cielo.
Por tanto, la liturgia de la Palabra de hoy quiere invitarnos a pensar "en la vida del mundo futuro", como repetimos cada vez que con el Credo hacemos nuestra profesión de fe. Una invitación a gastar nuestra existencia de modo sabio y previdente, a considerar atentamente nuestro destino, es decir, las realidades que llamamos últimas: la muerte, el juicio final, la eternidad, el infierno y el paraíso. Precisamente así asumimos nuestra responsabilidad ante el mundo y construimos un mundo mejor.
La Virgen María, que desde el cielo vela sobre nosotros, nos ayude a no olvidar que aquí, en la tierra, estamos sólo de paso, y nos enseñe a prepararnos para encontrar a Jesús, que "está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos" (cf. Benedicto XVI, Angelus 12-VIII-2007).
El deseo de seguridad es uno de los más fuertes que tenemos en nuestro corazón. Es un signo de nuestra gran debilidad como personas. La inseguridad nos da pánico y, por ello, nos hace desarrollar mecanismos de defensa muy variados. La Palabra de Dios nos habla hoy de la seguridad de los creyentes: El Señor. Él ha de ser nuestra única seguridad. Quien está con el Señor está seguro.
El Evangelio hoy nos invita a fiarnos de Dios y a vivir una vida de fidelidad. Por eso, los cristianos nos hemos de plantear cómo estamos de fidelidad. La fidelidad es la primera consecuencia de la fe. La fidelidad es la fe hecha vida. Si decimos que creemos en Jesucristo, nos hemos de fiar de Él. Fiarse significa aceptar su mensaje, y aceptarlo en todo, en lo que nos gusta y en lo que no nos gusta. Fiarse significa dejar a un lado nuestros criterios, nuestras “manías”, incluso nuestros sentimientos, para tratar de tener el mismo corazón de Cristo, sus mismos sentimientos y actitudes.
¿Tú cómo estás? ¿Intentas ser fiel en todo a Jesucristo y a la Iglesia? ¿Te esfuerzas por mejorar tu fidelidad? ¿Estás preparado para el encuentro con el Señor? ¿Das el rendimiento a los talentos que el Señor te ha dado?
Compromiso semanal
Revisa tu vida. Mira si eres fiel a Jesucristo y a la Iglesia. Piensa si das el rendimiento a los talentos que Dios te ha dado. Piensa si los estás poniendo al servicio de la Iglesia. Pídele al Señor que te ayude a mejorar, a crecer en la fé y la fidelidad.
Credo
Confesemos la una y sola fe de la Iglesia de todos los tiempos extendida por toda la tierra: Creo...
Oración de los fieles
Los cristianos, desde sus orígenes, sintieron la necesidad de rezar por todos los hombres. Hagámoslo también nosotros con entusiasmo.
A cada intención, pedimos: Danos fuerza para compartir nuestros bienes.
Para que todos los bautizados mantengan encendida la lámpara de la fe, trabajando en la construcción del Reino. Oremos.
Para que la justicia social llegue a los sectores más desprotegidos. Oremos.
Por los que no quieren compartir, los que no tienen fe, los que ponen su corazón en los bienes de este mundo, para que superen su falta de conciencia. Oremos.
Para que el Señor, ahora y al final de nuestra vida, nos encuentre ocupados en la tarea que nos confió. Oremos.
(Añadir y/o sustituir intenciones).
Ya que esperamos confiadamente en ti, Señor, danos fuerza para afrontar el combate cristiano y para no dejarnos abatir por el desaliento. Te lo pedimos...
Presentación de las ofrendas
La bondad del Señor, Dios del Universo, puso a nuestra disposición todos los bienes de la tierra. Por eso, agradecidos, junto al pan y el vino, presentamos el propósito de colaborar con nuestro trabajo en la construcción de un mundo mejor.
Prefacio (Durante el Año VI)
Dios ha querido hacernos partícipes y constructores de su Reino. Por eso rubricamos la gran Acción de Gracias que el celebrante eleva en nombre de todos, con el canto del Santo, porque en Dios, creador y salvador, vivimos, nos movemos y existimos.
Padrenuestro
Hemos concluido la Plegaria eucarística. Ahora preparamos nuestro corazón para recibir su fruto: el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Recemos con alegría: Padre nuestro...
Cordero de Dios
Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús que nos llama a poner nuestro corazón en el reino de Dios. Dichosos los llamados a la Cena del Señor.
Comunión
Hermanos: Recibiendo a Cristo en la eucaristía, renovemos nuestras fuerzas, ya que somos peregrinos necesitados del Pan de Vida. Con alegría, marchemos a participar de la Cena del Señor, cantando.
Avisos parroquiales
(Después de la oración Postcomunión).
Rito de conclusión
La Misa ha terminado. Nuestra misión comienza.
Hermanos: La misión que nos propone hoy la liturgia es grandiosa: poner el corazón en el tesoro eterno, compartir fraternalmente lo que tenemos y trabajar por instaurar el reino de Dios entre los hombres.
Que el Señor esté con ustedes.
Confirma en tus hijos, Señor,
el espíritu de hijos adoptivos
para que te glorifiquen
trabajando por el Reino.
Y que la bendición...
Despedida
Queridos amigos: Alegres porque llevamos en el corazón ese gran tesoro que es el reino de Dios, nos retiramos cantando.
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