Santoral
MONICIÓN DE ENTRADA:
Bienvenidos todos a la Eucaristía en el día del Domingo, día del Señor. En cada momento podemos comprobar cómo el ser humano no puede bastarse a sí mismo, cómo necesita la ayuda y el aliento de los demás para realizarse en plenitud. Casi ningún proyecto puede llevarse a cabo en solitario.
En el plano de la fe ocurre exactamente igual. Somos seres sociales, no islas; por eso, en comunidad obtenemos la dimensión correcta de nuestras manifestaciones de fe. S e reza en grupo, en comunidad reunida se da la talla del ser cristiano. Jesús proclamó que "donde dos o tres se reúnen en su nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Su presencia la hacemos efectiva cuando nos congregamos, nos reunimos, hacemos grupo, comunidad o familia en la fe.
La Iglesia la formamos todos los que, convocados por Jesús, participamos de su Espíritu, aceptamos la fe en El, estamos animados de la misma esperanza en su persona y vivimos el amor como vínculo de unidad y distintivo de nuestro ser de creyentes.
MONICIÓN PRIMERA LECTURA (Is 5,1-7):
En el siglo VIII antes de Cristo, Isaías, alto personaje de la corte real de Jerusalén, reacciona contra la inmoralidad reinante. Ve en el desprecio de la Ley la fuente de la degradación de un pueblo que corre hacia su perdición, y anuncia la ruina futura. Utilizando una imagen muy significativa en un país de viñedos, denuncia la traición de la nación elegida, incapaz de dar fruto que Dios espera de ella: ser testigo de la revelación divina ante los hombres.
Ahora bien, habitantes de Jerusalén y gente de Judá, yo les ruego que sean jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias?
Ahora voy a darles a conocer lo que haré con mi viña: le quitaré su cerca y será destrozada. Derribaré su tapia y será pisoteada. La convertiré en un desierto, nadie la podará ni le quitará los cardos; crecerán en ella los abrojos y las espinas; mandaré a la nubes que no lluevan sobre ella.
Pues bien, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación preferida. El Señor esperaba de ellos que obraran rectamente y ellos, en cambio, cometieron iniquidades; él esperaba justicia y sólo se oyen reclamaciones.
"La viña del Señor es la casa de Israel."
Señor, tú trajiste de Egipto una vid; arrojaste de aquí a los paganos y la plantaste; ella extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes llegaban hasta el río.
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Señor, ¿por qué has derribado su cerca, de modo que puedan saquear tu viña los que pasan, pisotearla los animales salvajes, y las bestias del campo destrozarla?
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Señor, Dios de los ejércitos, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la planta sembrada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste.
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida; alabaremos tu poder.
Restablécenos, Señor, Dios de los ejércitos; míranos con bondad y estaremos a salvo.
R. La viña del Señor es la casa de Israel.
MONICIÓN A LA SEGUNDA LECTURA (Flp 4,6-9):
San Pablo describe cómo debe ser la comunidad cristiana que quiera responder realmente a la espera del Señor. Se trata de una comunidad volcada en el futuro y que vive en la acción de gracias y en la fe. Una comunidad que busca todo lo que es noble y puro y por eso da el fruto que Dios espera de ella.
MONICIÓN AL EVANGELIO (Mt 21,33-43):
Habían pasado siglos. Y otra vez en Jerusalén, rodeado de la gente, que lo escuchaba atentamente, alguien con una fuerza enorme en su palabra volvía a contar el poema de la viña. Esta vez la canción era mucho más dramática y más interesante. Vamos a escucharla también nosotros con devoción, sabiendo que Dios espera una fe que actúa por la caridad, el fruto eficaz que agrada a Dios.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: «Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.Llegado el tiempo de la cosecha, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: “A mi hijo lo respetarán”. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: “Éste es el heredero.Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia”.Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?» Ellos le respondieron: «Dará muerte terrible a esos desalmados y alquilará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo».Entonces Jesús agregó: «¿No han leído nunca la Escritura que dice: “La Piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?” Por esta razón les digo a ustedes que les será quitado el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».